Nos llegan las previsiones de Salamandra Graphic para los primeros meses de 2016, entre las que encontramos "El árabe del futuro 2" de Riad Sattouf (marzo) o "Cuadernos japoneses. Un viaje por el imperio de los signos" de Igort (abril).
El árabe del futuro (Vol. II)- Una juventud en Oriente Medio (1984-1985)
Si en el primer volumen de El árabe del futuro Riad Sattouf contaba sus primeros años de vida entre la Libia de Gadafi y la Siria de Hafez al-Asad, en este segundo volumen nos introduce en su primer año de escuela en Siria, donde aprende a leer y a escribir en árabe, descubre y convive con su familia paterna y, a pesar de seguir en contacto con su Francia natal y de pasar una vacaciones allí con su madre, sigue haciendo todo lo posible para convertirse en un verdadero sirio y así complacer a su padre en su incansable intento por educar a «el árabe del futuro». La vida en la granja, la dureza de la escuela en Ter Maaleh, sus visitas a las tiendas del mercado negro en Homs, los paseos largos y calurosos a la antigua ciudad de Palmira, entre muchas otras anécdotas, son el hilo conductor de este segundo volumen que nos muestra la vida cotidiana de un pequeño niño rubio bajo la dictadura de Hafez al-Asad.
Cuadernos japoneses. Un viaje por el imperio de los signos
Después de mostrar la Rusia de Putin y la terrible historia de la hambruna provocada por Stalin en Ucrania, Igort continúa utilizando las viñetas para realizar reportajes gráficos y transmitir de forma directa diferentes experiencias. Esta vez, en Cuadernos japoneses, se aleja de la denuncia social y política para hacer un homenaje a la belleza y a la cultura japonesas. Y es que Igort fue el primer dibujante occidental e italiano en trabajar directamente con la industria editorial japonesa. De sus múltiples viajes, ha recopilado una gran variedad de apuntes, dibujos, notas, cuadernos, bocetos y fotografías, para adentrarse en Japón y en su cultura, país de origen del manga y del anime.
«Japón se había convertido para mí en el cofre de los deseos y, sobre todo, en un paraíso para los artistas. Embriagado por las viejas estampas japonesas, me adentré en aquel mundo de símbolos aparentemente sencillos que ocultaba una sabiduría misteriosa. Me había convencido a mí mismo, y a mis editores, de que en otra vida yo había sido japonés. Ellos, ceremoniosos, me habían acogido con una reverencia: “Nosotros, japoneses, estamos felices de trabajar con usted, que a su vez, en otra vida, ha sido japonés.” Adoraba a aquellas personas irónicas y sencillas pero entregadas a su trabajo con un rigor disimulado bajo dulces gestos melancólicos. Me entristecía la belleza antigua de tal o cual casa de madera y papel de arroz que divisaba de vez en cuando por mi barrio. Evocaba un pasado muy remoto.» Igort
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